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viernes, 10 de noviembre de 2023

Yo tuve bulimia




Por: @CamiNogales

Esta historia, que les voy a contar, es de una persona que, aunque no es especialista en el tema, sufrió de bulimia. Dicen que, al igual que el alcoholismo, uno no se cura nunca de los trastornos alimenticios, solo se aprenden a controlar. Esto pasó hace más de 20 años, pero me parece pertinente contarlo porque veo que esta enfermedad crece en adolescentes inconformes con su cuerpo y su entorno. 

Se trata de un problema mucho más complejo, que va más allá de la comida. Cada trastorno es diferente y es la respuesta a unas situaciones, personales y familiares, que han afectado psicológicamente a la persona que los sufre. En mi caso, todo empezó con dietas restrictivas para adelgazar, no en aras de alcanzar una mejor salud, sino como un autocastigo por ser gorda.

La dieta del atún y la piña, comer solo proteínas, someterme a inyecciones dolorosas e intensas jornadas de ejercicio eran el látigo que me daba, y lo único que producían era un efecto contrario: un deseo indescriptible de ‘tragar’, pues no se puede hablar de comer cuando ni siquiera se saborea lo que pasa por la boca, y se comen cantidades incuantificables de harinas, postres y todo lo que sea posible, en cuestión de minutos. Todo esto se hace, a solas, a escondidas de los demás y con sentimiento de culpa, como si se estuviera cometiendo el peor acto delincuencial.

Estas compulsiones no se le cuentan ni al mejor amigo. Con un vacío en el estómago, ganas de llorar y, al mismo tiempo, de vomitar, uno simula que todo transcurre normalmente. En las noches, con pesadez en el estómago, sudores, cargo de conciencia y un alto grado de depresión, se dificultaba conciliar el sueño. 

Al día siguiente, con ese complejo de culpa llegaba al gimnasio a castigarme durante tres horas por el pecado cometido el día anterior. Así transcurría mi vida, y era un círculo vicioso que giraba en torno a la comida. Aunque sabía que me sentiría miserable después de cada atracón, me era imposible detenerme. Es difícil explicarlo con palabras, es como una fuerza superior que lo domina a uno. Los que lo han vivido saben a qué me refiero

Por eso, fui a un endocrinólogo, creyendo que él podría hacer un milagro. Le dije que necesitaba urgente una dieta, a pesar de que había perdido la fuerza de voluntad. Él me hizo varias preguntas y, al final, me respondió: “No le puedo recetar una dieta. Usted tiene bulimia y debe ir al psiquiatra”. Esto fue como un ‘baldado de agua’, para mí, pero en el fondo tenía claro que, este asunto, era mucho más complejo y, por lo tanto, no saldría sola del mismo. 

Ahí empezó mi camino hacia la sanación. Psiquiatras, psicólogos y bioenergéticos han pasado por mi vida. En mi caso, entendí el origen de los trastornos. El problema no era la comida, sino esos dolores de la infancia no gestionados. Cada uno tiene su propia historia, así que la causa de los trastornos está sujeta a la vida del paciente.  

Gracias a esta ayuda profesional no volví a vivir este infierno que, a mis 28 años, me quitaba las ganas de seguir. Entendí que, mi éxito o fracaso, no dependían de una báscula, sino de mi propio esfuerzo. Que el sobrepeso no define a una persona y que hay mucho por explotar dentro de uno. Sin embargo, estoy segura de que no me curé al 100 % porque intento comer saludable, hago ejercicio constantemente, pero los días que, por alguna razón, no puedo hacerlo, entro en conflicto conmigo misma. No me abstengo de comer algo rico, pero intento tener una alimentación balanceada. 

Dicen que, de los trastornos alimenticios, así como del alcoholismo y las drogas, no se sale. Eso lo descubrí, hace poco, porque, en TikTok, lo que más veo son videos de comida y de rutinas de ejercicio. Es decir, la comida que veo, la quemo con los entrenamientos del prójimo. Afortunadamente, esto pasa en la vida virtual y no se replica en la real.  


domingo, 17 de julio de 2011

La tortura de la gordura

Para quienes están aburridos de que les digan que 'es más fácil saltarlos que darle la vuelta' y piensan acudir a dietas mágicas, pastillas, inyecciones, masajes, acupuntura y mesoterapias, entre otros métodos que prometen acabar con esos kilos de más, es mejor que lean este post antes de tomar una decisión.
 
Los kilos de más que, en la niñez, eran sinónimo de buena salud y de que el niño(a) se ‘tomaba la sopita con juicio’, se convierten en un problema, que comienza en la adolescencia y permanece en la adultez. Mujeres y hombres, aunque ellos traten de mantenerlo en secreto, se preocupan por ese exceso de grasa que, en su caso, les impide marcar la six pack y, a nosotras, esos 60 cm. de cintura con los que tanto soñamos, así digamos lo contrario. Para esa lucha contra esos kilitos de más, se han creado toda clase de soluciones que, por lo general, lo único que extraen es la plata del bolsillo.

En mi afán por alcanzar el peso adecuado, lo único que no pude hacerme fue la liposucción. Hoy le doy gracias a Dios. El ejemplo de Marbelle es el más ilustrativo de lo que puede ocurrir con esta cirugía. Después de someterse a esta operación que, por cierto, es peligrosa y dolorosa, el paciente debe ir a varias sesiones de masajes, permanecer fajado y, obviamente, hacer dieta, pues, de lo contrario, recuperará lo perdido. Por esta razón, quienes se someten a semejante ‘carnicería’, si no cambian sus hábitos alimenticios, deformarán su cuerpo y quedarán peor que antes. Es decir, el remedio será peor que la enfermedad.

La mesoterapia es la inyección de una sustancia que nunca supe qué era, ni me interesa saberlo ahora. Se trata de inyectar una zona del cuerpo en la cual la persona desea perder grasa. A mí me la inyectaron en mi barriguita, y lo único que me sacaron fue unas ronchas terribles en la piel que no me dejaban ni poner pantalones, así como unas cuantas lágrimas del dolor tan berraco que me produjeron. Del resto, nada de nada.

En un tratamiento de acupuntura, me aplicaron otra clase de inyecciones que me hicieron nublar la vista en plena calle y sentir un dolor de pierna que, de sólo recordarlo, me da escalofrío. Esa vez tuvieron que salir a rescatarme de una tienda y sentarme en una silla hasta que, poco a poco, me fui recuperando. Así que de ese remedio, sólo obtuve enfermedad.

A una amiga se le ocurrió recomendarme ‘boldo’ y ‘zen’, cuyo efecto es similar al de la cáscara sagrada. A ella se le olvidó advertirme lo que pasaría en mi cuerpo con esas hierbas que saben y huelen ‘hediondo’. Cuando salí a la calle, entendí que debí quedarme en mi casa porque sólo allí tendría un baño a la mano. Ya se imaginarán sus efectos, pero, más allá de ese malestar estomacal, todo siguió igual.

Emulando a las reinas de belleza, me dio por seguir una de las dietas relámpago a las que son sometidas las jóvenes, días previos al Reinado: la del atún y la piña. No se alcanzan a imaginar la delicia que es desayunar atún y piña, y repetir el mismo menú a lo largo del día. Todo un manjar que degusté durante tres días consecutivos, pues un intento de desmayo me obligó a suspenderla anticipadamente.

En esos días no recuerdo cuántos kilos perdí, a cambio de mi buen humor y mi salud. Lo peor de todo es que los recuperé al día siguiente a causa del hambre y de los antojos acumulados, con el agravante de que el cuerpo humano me cobró algunas tasas de interés, por haberlo hecho aguantar hambre durante 72 horas.

Largas horas en el gimnasio, pastillas y otras dietas locas lo único que lograron fue convencerme de que sólo una alimentación saludable y constancia en el ejercicio son los que hacen que cualquier persona pierda peso y preserve su salud que, finalmente, es lo más importante.

Mejor dicho si no dejan de ‘tragar’, no hay poder humano que les haga el milagrito. Tampoco le hagan caso a los de la secta de Herbalife que portan un corazón en el pecho y dice: “¿Quiere adelgazar? Yo le digo como”, pues ellos aseguran que, cambiando una malteada por una comida, alcanzarán el peso deseado.

Si ya están cansados de luchar, acéptense. De lo contrario, sigan sufriendo porque si aspiran a tener una cintura como la de Thalía, deben quitarse las costillas. A quienes quieren alcanzar una figura parecida a la de Jennifer Aniston, deben invertir alrededor de 20 mil dólares mensuales en tratamientos de belleza. También pueden acudir al ahuecamiento con tazas de cristal calientes, como Gwyneth Palthrow, o a la terapia con sanguijuelas de Demi Moore y luego me cuentan cómo les va.

Quién dijo que las ‘gordas’ no tienen su ‘tumbao’. Recuerden que, para Fernando Botero, las ‘Gordas’ han sido la causa de su fama y su fortuna. Si es por encontrar el amor, también existen quienes las prefieren no sólo brutas, sino también gordas. Las letras de las canciones son un reflejo de la realidad. ¿Se acuerdan de esta canción del grupo La Trinca que decía: “…porque yo quiero una novia pechugona que sea maciza que sea rolliza, quiero una novia pechugona que cuando la abrace no la abarque, mas vale que sobre que no que falte…”? Por algo, la compusieron. Finalmente, yo me pregunto, ¿por qué si ganarse ‘El Gordo’ en España es tan bueno, en Colombia es tan malo serlo?