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domingo, 28 de agosto de 2016

Decisiones


Por: @CamiNogales


No soy Periodista por azares del destino, lo soy porque tomé la decisión de estudiar 

Comunicación Social y Periodismo. Tampoco vivo sola porque este era el mensaje que 

contenía una galleta de la fortuna. No fue por obra y gracia del Espíritu Santo que me 

reorganicé después de una separación algo tormentosa. Todo esto ha sido producto de decisiones que he tomado en mi vida.

Obvio hay situaciones o personas en la vida que no llamamos, pero nosotros decidimos quiénes queremos que se queden y quiénes no. Nuestros amigos verdaderos son la familia que construimos y somos nosotros quienes tenemos la potestad de elegirlos. Lo único que no decidimos es el día de nuestra muerte.

La mayoría de seres humanos nos quejamos de nuestro entorno, subestimando la capacidad que tenemos para cambiarlo. La mujer que no se separa, aunque su marido sea un borracho, maltratador, infiel o que, simplemente, no la quiere, es porque ella así lo decidió.

Que él es que me mantiene, cómo voy a dejar a mis hijos sin papá, son solo excusas para justificar su falta de decisión porque a los hijos nunca se les negará el papá y todos estamos en capacidad de ser autónomos. Esas mujeres son muy aburridoras porque se quejan de su marido el 90 por ciento de su tiempo, pero tampoco hacen nada para cambiar y, por lo tanto, ellas mismas son responsables de su desdicha porque así lo decidieron.

El infeliz en el trabajo es otra persona monotemática. Se quejan del trabajo, de sus compañeros, pero siguen argumentando que necesitan el dinero para cumplir con sus obligaciones, lo cual es absolutamente respetable, pero prefieren quedarse con lo seguro, a costa de esta infelicidad diaria.

Nuestro chip es el que nos tiene fregados. Desde pequeños creemos que la felicidad consiste en ser profesional, trabajar hasta pensionarnos, casarnos, tener hijos, carro, casa y beca. Pero, con el tiempo, descubrimos que no es así. Nos desconectamos de los sueños del niño interior porque creemos que, de adultos, que es cuando tenemos la capacidad de cumplirlos, no los merecemos, sino que tenemos que seguir viviendo así, desconectados de lo que verdaderamente pide el corazón.

Lo seguro es lo único que está culturalmente aprobado, pero no nos damos cuenta que todo es incierto. Hoy estoy aquí escribiendo y mañana no lo tengo claro. A veces nada cambia y nos sometemos a la monotonía, culpando a factores externos, sin saber que la decisión de cambios solo está en nuestras manos. Nosotros decidimos si quedarnos o irnos de un lugar en el que no encajamos.

Asumir riesgos no es bien visto. “Por qué renunció a su trabajo…cómo así que se separó…por qué se fue del país si estaba organizada…cómo deja su profesión”.

En lugar de arreglar sus vidas, se preocupan y juzgan a quienes toman decisiones para cambiar el rumbo de su vida y encontrar lo que quieren.

Hay situaciones que se presentan en nuestras vidas sin que las llamemos, pero somos nosotros quienes decidimos si las dejamos ir o no. Quién dijo que no hacer lo que dicen los demás está mal o que después de los 40 hay que resignarse a lo que se le pase por el frente en todo sentido y además, darse por bien servido (en el amor, en el trabajo, en la amistad…)

Un amigo me contó la historia del coronel Sanders quien, después de tantos fracasos en su vida, decidió suicidarse a los 65 años, pero recordó la receta única de un pollo frito y la empezó a vender puerta a puerta. Así fundó Kentucky Fried Chicken y a los 88 se convirtió en multimillonario…si ven que no hay fecha ni calendario que valgan. 


Hasta los 42 años, el escritor, actor y productor mexicano Roberto Gómez Bolaños comenzó su carrera artística como  'Chespirito' y así hay miles de ejemplos que nuestra cuadriculada cabeza nos impide seguir por creer que tenemos que ajustarnos a lo que nos llega y no buscar lo que queremos porque el único camino que tenemos, el único válido y socialmente aceptado, es el de la resignación. Este parece un post de motivación personal y tal vez lo es porque, en mi vida, también ha llegado el momento de tomar decisiones y necesito animarme a hacerlo. Depresión o cambio: uno es quien decide.

miércoles, 10 de agosto de 2016

La malparidez





Por: @CamiNogales


Pensé mucho en escribir el titular de este post, pero la verdad no encontré otra palabra más acorde con este sentimiento poco grato que nos acompaña a los seres humanos en algunos momentos de la vida.

Esa es la visita más impertinente que podemos recibir porque nunca la invitamos, pero igual no le importa y se aparece. La palabra malparidez no forma parte de la Real Academia Española, RAE, pero no necesitamos saber su significado para conocer lo aburrido que es tener un estado de ánimo que no elegimos.

La principal característica es que no hay un detonante en concreto que la cause, simplemente es no querer saber nada de nadie sin motivo alguno. Hace calor y queremos frío; los casados, quieren estar solteros; los solteros, casados; los desempleados, empleados, con el agravante de que estos últimos pelean contra su trabajo. Ese grado de inconformidad es pasajero porque sí, pero si se vuelve una constante, estaríamos hablando de una malparidez crónica.

Conocí a alguien que sufría de este tipo de malparidez, no terminaba de abrir los ojos y peleaba contra el mundo porque sí, porque no y porque también. Si era lunes, era malo; si era viernes, también; y si era domingo, era peor. Se las arreglaba todos los días de la vida para que la malparidez no se fuera de su lado y lo lograba.

Lo mejor de la malparidez, analizando a este personaje, es que atraía situaciones similares a su estado de ánimo y su vida era un círculo vicioso de hechos negativos. Todo lo malo llegaba a su puerta sin el menor esfuerzo, lo que generaba en él y en su entorno más malparidez.

Hacía un negocio, predecía que lo iban a tumbar y fijo, al otro día lo tumbaban. Anticipaba cachos de su pareja y, más temprano que tarde, le pegaban tremenda ‘cachoneada’, decía que le iba mal en el trabajo y hacía hasta lo imposible para que así ocurriera. En fin su vida estaba rodeada, por obvias razones, de ‘malparideces’ y por supuesto de ‘malparidos’.

La malparidez es un estado de ánimo inherente al ser humano y después de hablar con unas amigas, me sentí menos mal porque a ellas se les manifiesta  de forma parecida a mi. Aunque tenemos el clóset lleno de ropa, no encontramos nada que ponernos; nos sentimos gordas, el maquillaje no surte el efecto que queremos, tragamos todo lo que engorda como si no hubiera un mañana, nos volvemos paranoicas y sentimos que todo el mundo está conspirando en nuestra contra, nos miran y creemos que no lo hacen con buenos ojos, sino hablando del gordo que se nos marca, puteamos al que tenga la mínima intención de acercarse, creemos que hasta los que más nos quieren, ya dejaron de hacerlo, odiamos lo que más amamos y no nos hallamos en ningún lado.

Afortunadamente la malparidez es pasajera y recordando a este peculiar personaje, lleno de negatividad, tenía malparidez, pero por el particular desenlace de sus historias, ninguna positiva, he decidido mandarla al lugar que corresponde y hacer caso omiso de su visita. Como dicen por ahí: “es mejor dejarla ir”.      

Además, qué tal que quien creemos que nos está criticando, nos esté admirando; que en lugar de gordas, nos veamos las más ‘mamacitas’, que no todo el mundo traiciona, que hay amigos, personas sinceras que aman y que la ropa se nos vea divina.

La malparidez es nociva para la salud, engorda, envejece, embrutece, ensordece, entristece, acaba con las neuronas, con el colágeno, con la belleza…pero es tan humana que hay que dejarla ser pero eso sí hay que cuidarse que se vuelva crónica como la del personaje aquel, cuyo nombre no quiero acordarme.