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miércoles, 8 de septiembre de 2021

De vuelta al ruedo

 



Por: @CamiNogales

Tras año y medio de pandemia, trabajando en casa, en leggins y tenis, sin gastar en transporte, ni enfrentarse al caótico tráfico bogotano -que ahora está peor-, comiendo saludable, aprovechando el tiempo para llevar a cabo otras tareas no remuneradas, pero divertidas como escribir este post, y compartiendo con la mejor compañera de trabajo (yo misma); recibí una de las noticias más difíciles de enfrentar en mis años de vida: debía volver a la oficina. En mi caso particular, no se trataba de un regreso, sino de ir por primera vez, lo que hacía de este anuncio algo mucho más complejo para una primípara en potencia. 

Desde entonces, ha pasado más de un mes. Mis temores eran todos porque el Covid es el ‘Coco’ para los adultos y nos dejó llenos de miedos. Compartir con personas, hasta ese momento, desconocidas; almorzar fuera, hacer uso del baño y transporte público, y manejar por otra ruta, diferente a las usuales, me quitaron, literalmente, el sueño. 

Quién dijo insomnio y vacío en el estómago la noche antes de ir. Mi cabeza iba a mil, pensando que me iba a perder en el camino, no iba a poder parquear el carro…en fin, fue una noche larga en la que en vez de contar ovejas, cambié de pinta, mentalmente, muchas veces. Al día siguiente, manejaba con el corazón en la mano como si me dirigiera hacia el juicio final. Llegar a salvo y sin ningún asomo de extravío fue mi primer gran logro del día. El siguiente, empezar a socializar con personas que sufrieron un proceso de transformación: de ser un círculo de Teams se convirtieron en seres humanos. 

Contrario a lo que pensé, hablé más que perdido cuando aparece. Almorzar también fue un reto, que fui superando con el paso del tiempo. En principio, los días tristes, de pico y placa, pedí taxi, pero, ante la enérgica protesta de mi billetera, me vi obligada a coger Transmilenio. En este medio de transporte, los miedos se agudizaron, intenté evitar cogerme de las barandas, pero mi agilidad y equilibrio, me impidieron sostenerme en pie, por lo tanto, no me quedó otra opción que hacerlo. 

Poco a poco, paso a paso, se han ido derribando los miedos que fueron creciendo, cada día, en medio del encierro. Me cae bien el mundo, los humanos diferentes a mi familia, menos esos que no aprendieron que, contrario a lo que ocurría antes, ahora, dar la mano, es sinónimo de mala educación. 

Volver a usar mi ropa ha sido divertido aunque, debo confesar, que quedé detenida en el 2019. Parece como si mi diseñadora de vestuario fuera la misma de Anne with an E. Volví al maquillaje, aunque lo que más me gusta pintarme es la boca, tapada por el tapabocas, valga la redundancia, lo que me genera una cierta frustración. 

A la gente le veo dos caras. Por lo tanto, excúsenme si los saludo dos veces como si se tratara de dos personas diferentes: una con tapabocas, y otra sin tapabocas. Un aspecto negativo de esta nueva realidad es evidenciar la mala memoria que nos caracteriza. Cuando nos sentimos en riesgo, prometimos ser mejores seres humanos, más solidarios. Ahora, que ya nos sentimos seguros, se nos olvidaron esas promesas, típicas de borracho en cantina. 

Volver al ruedo tiene sus ventajas porque, en algunas circunstancias, la cara del santo hace el milagro; en otras, pasa lo contrario. También significa copar nuevamente mi agenda con mis dates de sábado…con el odontólogo, oftalmólogo, ginecólogo y demás ‘ólogos’. 

Sin embargo, extraño aquellos tiempos en los que no había tráfico, ni inseguridad, ni la necesidad de inventar excusas para no cumplir con compromisos porque no era necesario. Ahora, toca nuevamente acudir a la imaginación para evitar encuentros y planes que no nos apetecen, simplemente porque no se nos da la gana.  





domingo, 24 de julio de 2011

El Jefe



Si hay un personaje impopular en todas las oficinas es el jefe. Es el ‘coco’ de los adultos, el que nos quita el sueño y el que, por lo general, nos hace sufrir y no por amor precisamente. La que más sufre las consecuencias de sus actos es su mamá que, independientemente de que viva o no, se convierte en la mujer más nombrada en ese lúgubre espacio de cuatro paredes, denominado ‘oficina’. 

Los hay de todas las clases, pero su denominador común es su complejo de superioridad frente al subordinado. Bueno, ni tan complejo de superioridad, porque dicha jerarquía se mide en el poder económico frente a sus subordinados y, además, en la licencia que tiene para mandar y como dice mi jefe “el jefe es jefe aunque mande mal” o, más bien,  “el que sabe sabe o si no es jefe”.

Porque aunque ellos se creen unos sabelotodos, lo cierto es que no lo son y, a veces, nosotros sabemos más que ellos. Pero atrévase a insinuárselo a ver qué le pasa, es mejor ‘no patear la lonchera’, claro que, para ser franco, es satisfactorio decirle cuántos pares son tres moscas y desafiar su autoridad. Es justo ponerlos en su sitio, pero no es la mejor de las ideas porque después el retador quedará en el lugar de los desempleados.

Se podría decir que todos son iguales, pero realmente creo que hay una gran diferencia entre hombres y mujeres. La primera que me tocó era muy querida hasta el día en que empezamos a trabajar. Entendí que el nombre de la novela “Otra en mí” no era un invento, sino que era basado en la realidad. También constaté que lo de la doble personalidad no es un cuento, pues una jefe pasa fácilmente de ser Doctor Jekill a Mister Hyde.  

La pesadilla comenzó cuando me prohibía hablar en público. Yo me preguntaba a mí misma: “¿cómo así es que mi palabra no vale?” Pues no y tampoco mi trabajo porque estaba haciendo prácticas. Lo peor ocurrió cuando me confundió con la servidumbre de su casa y como buena periodista tuve que planchar. Confieso que, hasta ese momento, nunca había cogido una plancha ni por curiosidad, motivo por el cual aún recuerdo esa tarde con terror.

Era un vestido largo de satín y cuando lo planchaba por un lado, se me arrugaba por el otro. Me acuerdo perfectamente que sudé como si hubiera hecho tres horas de  aeróbicos intentando plancharlo, hasta que una compañera se apiadó de mí y me ayudó. Cuando por fin terminamos, ese vestido ya no se necesitaba. ¿Se imaginan lo que se me pasó por la cabeza en ese momento? Lo mismo que pensó una colega el día en que la pusieron a hacer el mercado de su ‘querida’ jefe.

El problema de las mujeres es que su estado anímico está estrechamente ligado a sus desórdenes hormonales. Así que, a veces, simplemente porque sí amanecen peleando con el mundo y, lo grave del asunto, es que sus empleados forman parte de ese mundo, así que haga bien o mal las cosas la ‘vaciada’ será ineludible.

Sin embargo, en esos casos, los hombres llevan las de ganar cuando su jefe es mujer porque ellas no saben lo que es la solidaridad de género, sino que conocen a la perfección la insolidaridad de género. A un hombre le llaman la atención, mientras que a una mujer la gritan o, más bien, le pegan alaridos. A ellos los saludan cortésmente, mientras que a una mujer la ignoran y, si no lo hacen, es para llamarles la atención.  

Se creen asesoras de imagen y con la autoridad para decir cómo se deben vestir, peinar y maquillar sus empleadas. El estándar de imagen son ellas mismas así que si son lobas, guisas o decentes, uno tendrá que emularlas para evitar un disgusto de la susodicha.

Pero un jefe hombre tampoco es la utopía. Los hay cascarrabias con un hermoso y grande corazón que, de nada nos sirve, porque eso es lo que le descubrimos con el tiempo, pero no lo que experimentamos a diario. Su forma de demostrar autoridad es a los gritos y con cara de pocos amigos, bueno no sólo es la cara, por lo general y por cuenta de la impopularidad de la que hablaba al principio, tienen, valga la redundancia, pocos amigos.

Ellos sólo reconocen el buen trabajo, en ocasiones, es decir cuando se les da la gana, porque del resto sólo hacen énfasis en los errores cometidos por cuenta de nuestra naturaleza humana. A veces hay que hacer caso omiso de lo que dicen porque son un atentado constante contra la autoestima. Un jefe nunca resalta la inteligencia, sino la ignorancia; tampoco la belleza y mucho menos las capacidades.

Ni mandándolos a un taller de “Actitud Mental Positiva” con Jorge Duque Linares cambiarían de actitud, y mucho menos sabiendo que él es igual a todos. Por fuera de la oficina es el ser más encantador, pero dentro de ella  tiene “la actitud mental” para transformarse en todo lo contrario. 

Se supone que ellos tienen un genio más estable que las mujeres…mentiras ellos también tienen su fin de mes, lo malo es que es impredecible y está sujeto a algunas circunstancias: si es casado, a las peleas con su mujer; si es soltero, a la falta de favores recibidos de parte del género opuesto, y si tiene novia, a lo bien o mal atendido que lo tenga ella. Así las cosas, no importa si el trabajo está bien, regular o mal hecho, siempre lo verá igual a su estado de ánimo y ¿quiénes pagarán?…pues los de siempre, a quienes les hace creer que el sueldo recibido es producto de un favor y no del trabajo realizado.

También se las dan de profesores y aún creen que “la letra con sangre entra”. Esto ocurre, especialmente, cuando ellos son prehistóricos y aluden a la educación de antaño, pero así como la educación ha cambiado, la forma de ejercer la autoridad también. ¿A ver quién se atreve a decirlo? ¿Yo? No creeeoooo.

Si piensa que puede ser amigo de su jefe, olvídelo. Ni se le ocurra llamarlo un fin de semana para saludarlo porque fijo lo pone a trabajar. Si compra o tiene BlackBerry, no sea bruto, no le dé el PIN porque si no le contesta el mensaje del domingo al mediodía, fijo lo regaña el lunes. En fin...en vez de quejarnos tanto de los jefes, trabajemos para llegar a serlo y la madre para el empleado, que ese día, decida escribir un post en su Blog, inspirado en nuestro trabajo.