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lunes, 12 de noviembre de 2018

La Mermelada




Por: @CamiNogales


Desde que el exministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverry, explicó que, la reforma al sistema de regalías pretendía “repartir mejor la mermelada en la tostada”, este término se introdujo en nuestro argot. Sin embargo, la dichosa mermelada que, para mi, no era nada diferente a una deliciosa “conserva de fruta cocida en azúcar”, se convirtió, contrario a su naturaleza, en un término negativo. 

La ‘mermelada’ hacía referencia al clientelismo o a las cuotas burocráticas para un político o su colectividad, a cambio de su apoyo al Gobierno de turno, en este caso específico, al del expresidente Juan Manuel Santos. Todos hemos criticado enfáticamente este sistema que ha desencadenado una mayor corrupción, pero, acá siendo abogada del diablo, todos los seres humanos hemos sido ‘mermelados’ desde nuestro nacimiento. 

Esto de si tú me das, yo te doy, no es una práctica particular de nuestro sistema político. Desde chiquitos, nuestros papás nos enseñaron que, a cambio de un buen comportamiento, nos comprarían un chocorramo. Así las cosas, ese comportamiento no nacía de nuestras entrañas, era una ‘farsa’ motivada solo para un fin. 

Cuando éramos niños, en el colegio, nos prometían regalos si pasábamos el año, pero yo, como pocos, desinteresada de la mermelada, hacía lo contrario. Luego nuestro primer amor nos decía que si se lo dábamos, seríamos sus novias, y nosotras, como idiotas, caíamos, y los muy malditos se abrían. 

Quién no conoció a aquel viejo, solitario, que ofrecía toda la mermelada del mundo, representada en viajes y en una vida sin necesidades económicas, a cambio de un poco de amor. 

Esos personajes populares que, para ser sus amigos, había que hacer un ligero sacrificio económico con el fin de ser aceptados en su círculo social. 

Nadie se casa si no recibe un anillo de bodas, nadie trabaja si a fin de mes no le consignan su sueldo, una reina va a un reinado en busca de una corona, deseo que compartimos todas las mujeres que queremos ser coronadas. En fin, todo en la vida es un intercambio de tú me das, yo te doy, donde la mermelada endulza y contribuye a fortalecer las relaciones. Por algo existió el trueque que no era más que el intercambio de una cosa por otra, y, de ese intercambio, nació el dinero. 

No me digan que cuando ustedes hacen un favor, no quedan con licencia de pedirle un favor de vuelta a esa persona o que son filántropos desde que se levantan hasta que se acuestan. Somos interesados por naturaleza, en mayor o menor proporción, pero lo somos.  Los reclamos siempre, en todas las relaciones humanas, son pidiendo reciprocidad y las relaciones políticas no son más que el reflejo de la vida misma. 

Así que nos aterramos y criticamos la mermelada que un Gobierno ha repartido a cambio de apoyos en temas específicos, pero nos olvidamos que hemos funcionado siempre bajo esa misma dinámica, y precisamente por ser la primera vez que un Presidente (Iván Duque) decide cambiar esa forma de interactuar, entre Gobierno y Congreso, se le han dificultado tanto estas relaciones y la aprobación de sus proyectos.

Hasta las mascotas esperan, a cambio de su buen comportamiento o de un nuevo aprendizaje, una galleta. Por lo tanto, mi conclusión es que el Gobierno debe buscar una alternativa, diferente a la mermelada y que no fomente la corrupción, para motivar a sus interlocutores y mantener estas relaciones de las que depende su gobernabilidad. 

  

viernes, 6 de octubre de 2017

La corrupción nace de la mala educación

Foto @lisreyess

Por: @CamiNogales

Los corruptos de ahora fueron los niños perezosos de ayer, esos que no estudiaban para los exámenes, pero pasaban todas las materias porque se copiaban de sus compañeritos de clase. El que se robaba un dulce en la tienda es el que hoy atraca un banco a mano armada. 

Ese que soñaba con que le lloviera plata del cielo es el narcotraficante de hoy o el que se encontró con una guaca y despilfarró su contenido. La que compraba votos con chocolatinas para ser elegida personera del colegio, terminó haciendo alianza con los paramilitares para ser elegida congresista, la misma que compró tamales para coaccionar a sus votantes o pagó 20 mil pesos por cada voto. 

Esa bonita que se levantaba a los profesores para pasar la materia, es la misma ‘trepadora’ que hoy se lo da a sus jefes para ascender. Ella es capaz de desaparecer a su mismísima madre, de ser necesario, porque qué pereza trabajar y esperar el proceso normal, de altibajos, del desarrollo profesional. 

El niño millonario, al que los papás le demostraron su afecto solo con dinero, ese que no conoció los límites, es el que comete tantos excesos que lo lleva hasta cometer homicidios, con la connivencia de su familia porque “pobrecito el muchachito, no sabía lo que hacía”. Algunos, no todos, aclaro, de apellidos de ‘alta alcurnia’ creen que con tenerlo es suficiente mérito para obtener contratos y consideran que el pago de las cuentas de cobro es un tributo a su apellido. 

El que falsificó la firma de la mamá para una tarea del colegio, es el mismo que compró el diploma de bachiller, de pregrado, postgrado y luego, con esos títulos, se posesionó en un alto cargo que le quedó grande pero que le dio poder. Ese que descubría alguna maldad de un compañerito del colegio y lo extorsionaba a cambio de su silencio, es el que, cuando adquiere el poder necesario para contratar personas, les pide un porcentaje mensual del salario. Esos vagos que pagaban por sus trabajos en la universidad y no son capaces ni de pasar una hoja de vida para conseguir una oportunidad laboral son los que pagan, con gusto, una cuota de su contrato por el mismo. 

Al que quiso adelgazar, de la noche a la mañana, con una liposucción, es el mismo que resulta positivo en pruebas de doping porque no fue capaz de entrenar con juicio para lograr sus objetivos.

En fin, son tantos casos de corrupción, congresistas que compran votos, magistrados que sobornan, narcotraficantes, todos ellos tienen un denominador común. Son personas que no quieren mover un dedo y quieren agarrar el mundo con sus manos sin hacer un mínimo esfuerzo, y eso es lo que nos tiene jodidos. Eso no se enseña en el colegio, ni en la universidad, se aprende en la casa, no con lora, sino con el ejemplo que nos dan nuestros papás.