Buscar este blog

domingo, 29 de septiembre de 2019

Si hoy fuera ayer



Por: @CamiNogales



Ahora que todos estamos en permanente conexión me pregunto qué sería de nuestras vidas sin la tecnología. Mi vida laboral, como Periodista, se dificultaría un poco más porque tendría acceso a menos información y solo sería posible conseguir a los personajes, a través del teléfono fijo o, en su defecto, haciendo guardia en la puerta de su casa o de su trabajo. 

La ventaja es que la jornada laboral finalizaría en el mismo momento en que salimos de la oficina porque, de lo contrario, no tendrían dónde, ni cómo localizarnos. Ningún jefe escribiría a las 10:00 p.m., ni pediría tareas, más allá del horario laboral. Mucho menos reclamarían porque no respondimos un mensaje, incluso cuando estamos en el baño. 

No hablaríamos por skype con nuestros familiares en el exterior, ni por whatsapp, sino que haríamos llamadas, periódicas, -por aquello de la economía- a larga distancia. Para un asunto urgente enviaríamos telegramas, que fue nuestro entrenamiento previo para ingresar a twitter (por aquello de los 280 caracteres), y, mensualmente, enviaríamos una carta, a mano, en la que le pediríamos fotos a nuestros seres queridos para ver cómo se encuentran. 

Con el fin de saber detalles de la vida del prójimo no tendríamos que acudir Facebook, sino a un ‘chismógrafo’, cuaderno con una serie de preguntas personales que debería responder, acuciosamente, el mismo prójimo al que le queremos escudriñar la vida. 

En lugar de Tinder, buscaríamos amigos por correspondencia; para estar actualizados solo escucharíamos radio y leeríamos el periódico, y para investigar, tendríamos que desplazarnos hasta la biblioteca.  Seríamos más productivos porque llegáríamos a la oficina a trabajar y no a revisar historias en Instagram, trinos y actualizaciones de Facebook, lo que equivale a una hora menos de trabajo. 

Los tiempos de descanso en la casa eran para la lectura, pero ahora la pasamos de maratón en maratón –ojalá de atletismo- de Netflix. Ya ni siquiera caminamos hasta la tienda de la esquina, sino que pedimos por Rappi. La tecnología llegó para facilitarnos la vida, no para gobernarla. Pero ocurrió lo segundo, y eso es lo que, en momentos, nos hace añorar el ayer en el que debíamos ser más recursivos pero que, al mismo tiempo, nos permitía tener nuestro propio espacio, en el que nadie nos reclamaba por estar o no en línea.