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domingo, 28 de julio de 2019

Todo lo del pobre es robado



A pesar de que conocemos el significado de la palabra empatía (capacidad que tenemos de ponernos en el lugar de alguien y comprender lo que siente o piensa), la gran mayoría de seres humanos gozamos de esta incapacidad y, por el contrario, en lugar de entender a los demás, rechazamos todo lo que hace el prójimo porque, a nuestro juicio, nosotros siempre lo haríamos mejor.  

Nos cuesta mucho aceptar los logros de los demás y, mientras no sean nuestros, siempre serán objeto de crítica. Nadie conoce la gestión de la Primera Dama, María Juliana Ruiz, solo lo que lleva puesto en cada evento y ahí es donde sale nuestra asesora de imagen interna para decir que siempre está inadecuadamente vestida para la ocasión. Me pregunto si todos nosotros, quienes criticamos, adalides de la moda, estamos todos los días vestidos acordes con la actividad que estamos llevando a cabo. 

Angelina Jolie vino a Colombia, como embajadora de Acnur, y lo único que recibió, de parte de nuestra nutricionista interna, fueron críticas por su aparente desnutrición. Por andar especulando de su potencial anorexia, ni nos enteramos de cuál fue el verdadero motivo de su viaje. 

Malo si Taliana Vargas sube fotos dándole teta a su hija y, si no lo hiciera, también. Estas calificaciones siempre van acompañadas de un moralismo de nuestra parte: “yo sería incapaz de subir algo así”. Porque no nos basta con criticar, sino con afirmar que nuestra conducta siempre será superior a la de los demás. Ahora nadie recuerda lo que nos hizo vibrar Juan Pablo Montoya en su carrera automovilística, solo ven que tiene más pelo que antes y muchas canas y, por lo tanto, es objeto de burlas. 

Es que somos más técnicos de fútbol que Carlos Queiroz, más politólogos que Pedro Medellín, más futbolistas que James Rodríguez, más diseñadores que Silvia Tcherassi, más escritores que Juan Gabriel Vásquez, más cantantes que Shakira y más reggaetoneros que J Balvin. 

Nos cuesta mucho reconocer los logros ajenos:

 -“Cómo ha adelgazado”. 
-“Pero está muy flácida, parece una gelatina”. 

-“Se conserva bien”.
-“Pero está llena de bótox”. 

-“Es querido”.
-“Pero hediondo”. 

-“Se volvió exitoso”.
-“Pero está igual de ñero”.

La respuesta a un logro ajeno siempre estará encabezada con un “pero”. Si vamos a un matrimonio, parecemos “Fashion Police”, rajando de los vestidos de los demás; en un restaurante, criticamos la comida de los otros: es que no come nada, por tragar así está como un marrano; no respetamos ni los duelos ajenos porque, si llora malo y si no lo hace, también; en el trabajo todos la cagan, menos uno. Que si subió una foto, si le puso filtro o no…en fin, todo está mal. 

Si yo fuera, si yo hiciera, si yo, si yo...así es el ego, el que distorsiona la realidad haciéndonos creer que “todo lo del pobre es robado”. 



domingo, 14 de julio de 2019

Yo también fui tenista



Por: @CamiNogales


Nunca hablo mucho de este tema, pero a raíz de lo que sentí con el triunfo de Juan Sebastián Cabal y Robert Farah en Wimbledon, me vi obligada a hacerlo. No recuerdo si tenía 5 o 6 años cuando cogí, por primera vez, una raqueta de tennis y, desde ese momento, no la solté por muchos años.

No sé exactamente cuándo aprendí a jugar, solo sé que mis días transcurrían en faldita de tennis (razón por la cual no tengo ningún pudor con mis piernas), en el club y con raqueta en mano, en clases, jugando con amigas y, cuando no tenía con quién hacerlo, armaba mi plan b.

Creaba mi propio torneo, hacía los cuadros y en el muro se jugaban los partidos. Era época de tenistas como Bjorn Borg, Jimmy Connors, Chris Evert, Billie Jean King y Martina Navratilova, quienes se enfrentaban en mi torneo y, lo mejor de todo, es que siempre ganaba yo porque hacía el papel de ambos jugadores. 

Competí en la Liga de Tennis, fui campeona de Bogotá, subcampeona nacional, jugué un mundial en Venezuela y, en tres partidos, uno de dobles y dos de sencillos, solo gané un game, lo que evidenció nuestro bajo nivel, internacionalmente hablando.

Todos estos logros que se van alcanzando obedecen a la persistencia de los padres que sacrificaban fines de semana llevando a sus retoños a los  entrenamientos y a los torneos. Sin embargo, faltaba preparación internacional: la academia de Nick Bolletieri era la opción, pero se necesitaban recursos y aquí no había patrocinio.

Hubo dos cosas que nunca aprendí: a servir bien y a perder. Lo primero era cuestión de práctica; lo segundo, de fortaleza mental. Cada vez que perdía un partido, se desataba el drama. Recuerdo un Nacional en Barranquilla en el que el árbitro cantó, a mi juicio, mal una bola en mi contra. Esto fue el acabose y el comienzo del declive, lloré tanto que, en un cambio de lado, me tuvieron que consolar y darme una pastilla para los nervios y, como era de esperarse, con la moral abajo, perdí el partido.

El tennis hay que jugarlo bien, no solo físicamente, sino a nivel mental y ahí fue donde perdí. Nadie me ganó. Era muy pequeña para asimilar que las derrotas formaban parte del crecimiento de un deportista y de la vida misma, donde a veces ganamos y también perdemos, a pesar de nuestras luchas.

Poco a poco me fui desanimando y fui creciendo y, ante la presión de competir, preferí, en mi adolescencia, iniciar otros aprendizajes: a fumar, tomar, comer desmedidamente, salir... 

Los trofeos quedaron en el olvido el día que ‘alguien’ quiso organizarlos y los dejó en una bolsa negra que, por equivocación, terminó en un camión de la basura. Por lo tanto, quedaron muy pocos recuerdos de una etapa muy linda de mi vida.

Dejé el deporte por completo y lo retomé diez años después. Preferí ir al gimnasio donde todos los días compito con la más difícil rival: conmigo misma. El tennis me dejó la disciplina, el conocimiento del deporte más lindo y las alegrías de ver su crecimiento en el país.

En Cabal y Farah vi cumplirse los sueños de tantos tenistas que han entregado su vida al deporte. Ellos hicieron historia en Wimbledon, fue algo merecido para dos personas que se entregaron en cuerpo y alma, desde chiquitos, a este deporte y que, a pesar de los obstáculos, en los que muchos nos detuvimos, los superaron y continuaron un camino que aún no termina.