Por: @CamiNogales
No sé por dónde empezar. A pesar de que solo ha pasado un
mes, han sido días tan largos y dolorosos, que perdí la noción de tiempo. Abrir
los ojos, cada día, es recordar que lo que ocurrió no fue un sueño; sino que
realmente te fuiste, pero no de mi corazón. Te escribo, porque sé que, pese a que no puedes leer esta carta, sientes cada una de mis palabras.
Sé que estás acá, al lado mío, viendo cómo trato de
desenredar los pensamientos de mi cabeza y plasmar este dolor; algo, prácticamente,
imposible de llevar a cabo. Algunos días siento que me voy a comer el mundo; otros, que el mundo
me come a mí porque se me agota la fuerza.
Mi plan favorito, en este momento de mi vida, sería
permanecer en la cama llorando, pero la vida no da tregua y, aunque padezca este
inmenso dolor, me exige seguir cumpliendo, como si no lo tuviera. Así
las cosas, me baño, lloro; me visto, lloro; voy a la oficina, lloro, voy al
gym, y hago lo propio. También me río, celebro el gol de Lucho Díaz, y me
imagino tu cara de felicidad con la victoria de Bolivia contra Chile; pero el
vacío sigue latente.
Todo cambió, por dentro y por fuera. Hace un mes no recibo tu
llamada para debatir sobre las principales noticias. Eras el mejor interlocutor
y analista político, y el menos optimista. El día del atentado a Miguel Uribe no
sonó el teléfono para hablar de esta infamia que enluta al país. Es más, mi
celular ya no suena.
Esta es la carta de una hija adulta que lleva un mes
llorando porque creía eterno a su padre. El egoísmo que se desprende de mi dolor
se niega a entender que todos tendremos un fin. Para quienes quedamos acá, el
momento de partida nunca será el adecuado cuando se habla de los seres que amamos.
Hoy entiendo el esfuerzo de los papás y su “no le vamos a
durar toda la vida”. Es literal. Nunca estamos preparados. Por eso, con el alma,
te agradezco por tu espíritu luchador, ese que, con lágrimas en los ojos, me obliga
a seguir adelante cada día, con los altibajos propios del duelo, y a honrar tu
legado.